lunes, 7 de julio de 2014

La música que amansa a las fieras

Que la música amansa a las fieras es algo más que un dicho popular. Durante el embarazo me empeñé en cantarles a diario a Chip y Chop la misma canción y así hacer un experimento de campo y comprobar si la reconocerían cuando nacieran. Elegí el Barquito de cáscara de nuez de Miliki, y así os lo contaba en esta entrada
Pues bien, unos meses después puedo confirmar que funciona. Aparte de reírse cuando les canto, ayer hubo un terrible episodio de llantos y gritos a dúo sin explicación alguna, in crescendo y sin consuelo. Y en el fragor de la batalla me puse a cantar la canción de marras que provocó un completo silencio y alguna sonrisa que parecía una broma después de la que había montada en casa.
Imagen de filomusica.com
Así que puedo concluir que cantarles una canción desde que están en la tripa es sembrar para el futuro y asegurarse una herramienta de paz en caso de emergencia. Eso sí, para dormirles no funciona porque se ríen, para eso tengo otros recursos igualmente infalibles que os contaré en breve.
 

jueves, 3 de julio de 2014

El recuerdo imborrable de ti

Estos días me doy cuenta de que hay muchos detalles del embarazo y parto de Chip y Chop que se me están olvidando y es que la memoria es selectiva y al final esboza un borrador de los acontecimientos quedándose con los cuatro conceptos básicos que, entiendo, son los que más te han marcado emocionalmente. Pero hay tantos aspectos que no me gustaría olvidar que  me esfuerzo continuamente en hacer repasos mentales a cada momento vivido tratando de interiorizar cada segundo y cada detalle... como aquellos osados movimientos en la tripa, y el olor a vida templada cuando te parí y que aún sigo percibiendo cuando te beso, la suavidad de la planta de tus pies, el remolino juguetón de tu pelo rubio, tu sonrisa pícara y el tierno puchero, el hipnótico sonido de tu respiración cuando duermes y te observo abstraida (pasaría horas así), las manitas pequeñas cogiéndose entre vosotros mientras coméis y tu mirada limpia cuando me miras con inocencia y tanta pureza; tus orejitas de terciopelo y la boquita de piñón; y la música de tu risa, esa armonía de las pequeñas carcajadas que aprendes cuando jugamos a que te dejes dar mil besos mientras te aprieto contra mi pecho para que no te vayas nunca; y no me quiero olvidar del tacto de tu espalda y las roscas de tus piernas gorditas, ni de tu tímido hoyuelo en la mejilla derecha como papá. Y quiero recordar también tus pies apoyados en la barra del coche de paseo, contemplando el mundo, ni de tu forma de morderte el labio de abajo, o de colocarte serena de lado para dormir mientras papá te mima, ni esas patadas graciosas y espontáneas para destaparte a toda costa. Y ojalá no olvide nunca el botón de tu nariz ni la alegría de chapotear en la bañera como el más emocionante de los momentos, ni esas primeras caricias involuntarias investigando mi cara, ni la luz de tu alegría al oírme cantar la canción del barquito o tu cara de paz con el arrorró. Ni cuando cogiste los juguetes por primera vez o aprendiste a girar en la cuna y levantabas la cabeza torpemente esforzándote por crecer; y esas pedorretas simpáticas que te salen al intentar hablar, ni el calor de tu cuerpo cuando te duermes en mi regazo sin miedo. Por favor, que no me olvide nunca de tu cálido olor a nuevo y, tú, ojalá puedas recordar algo de esto cuando seas mayor y no te olvides de que te quiero. De que os quiero.