martes, 19 de agosto de 2014

No soy una súper mamá

No, no soy una súper mamá. Ni una súper mujer. Ni una súper hija ni una súper amiga, ni siquiera una súper pareja. No me pinto los labios a dirario, ni tengo unas pestañas espesas, largas y curvadas, tengo celulitis, el pecho demasiado grande debido a la lactancia, la tripa flácida, no tengo la tez de terciopelo y no uso BB Cream ni maquillaje. Alguna vez me salen espinillas, llevo un piercing en la nariz, tengo alguna mancha en la cara y no me hago la manicura francesa. No suelo pintarme las uñas de los pies ni usar tacones o minifaldas y, lo confieso, tampoco voy excelentemente depilada siempre. 
A veces tengo mal carácter, pierdo los nervios o no me apetece sonreír todo el tiempo. Muchas veces, aunque no lo creáis, tampoco tengo nada que decir. Además, lloro con frecuencia. Y me cuesta concentrarme a la hora de leer un libro. 

No siempre atiendo a Chip y Chop a la primera y los dejo llorar un rato, hay días en los que no me apetece dar besos y, otros, improviso la comida. No llamo a mis amigos con frecuencia y en ocasiones ignoro el whatsapp. Me preocupo en exceso por el trabajo (el poco que tengo y el que debería llegar) y me gusta tener la razón. 

Imagen del blog de La Mirada de Casiopea
No, no soy una súper mamá, ni una súper mujer. No llevo a los bebés vestidos de punta en blanco, no les pongo colonia a diario y no plancho la ropa. De hecho, cuando me hago una foto con ellos no aparece difuminada ni con resplandor. Porque no, no soy una súper mujer de esas que nos dicen que debemos ser. Las mejores esposas y amantes, las mejores y más divertidas amigas y confidentes, delgadas, esbeltas, que cuidan su línea y su tránsito intestinal con cereales y yogures, que jamás envejecerán ni tendrán las caderas anchas, ni canas o arrugas, que aprovechan las rebajas y siempre van a la última y hacen la compra diaria en el mercado. De esas mujeres sofisticadas que triunfan en su trabajo (que tampoco les falta), que organizan su vida con agendas y precisión, que visten impecablemente un traje con zapatos de salón y un precioso maletín con el portátil o, mejor, con el IPad. De esas que llegan a casa y hacen una cena ligera y a tiempo para todos, y que acuestan a sus bebés con un suave besito y se quedan a charlar con su pareja en el sofá mientras beben plácidamente una copa de un buen vino y escuchan jazz. Y hacen barbacoas los fines de semana.

No, yo no soy de esas, por mucho que pretendan que lo sea. Me dedico a mis hijos con todo el amor del mundo, con toda la paciencia que puedo, con toda la atención que creo necesaria. Y procuro ser amable y cariñosa, divertida y sonriente aunque no todos los días lo consiga y aunque el cansancio me ponga un dedito en la cabeza y me aplaste como un muñeco de plastilina. Intento pasear a diario a pesar de los dolores de espalda y la falta de tiempo y respirar aire puro y centrarme en el paisaje, en el olor a paja mojada por la tormenta, y a pino, y a vaca. Me esfuerzo por seguir presente en el mundo laboral, por encontrar rendijas para progresar, por aportar a la economía familiar. Y lucho por entender todos los cambios y adaptarme al día a día, la mayoría de las veces con todo éxito pero, otras muchas, con gran tesón y contando hasta 10. 

Así que siento mucho la decepción, pero no, no soy una súper mujer, ni una súper mamá, ni siquiera súper hija o súper amiga. Soy una simple mujer adaptándose a una nueva vida llena de altibajos que, por fortuna, enriquecen el maravilloso proceso de la vida.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Ay, Morfeo, Morfeo

Morfeo, Morfeo, ¿dónde estás, que no te veo? Eso digo una y otra vez cada noche. Angustiada, preocupada por el sueño de Chip y Chop y por el nuestro, sintiéndome culpable por no hacer "lo que debería hacer" para que duerman... Y, sinceramente, es que nos falta información. Estamos bombardeados con mil historias y recursos sobre lactancia, comida, paseos, higiene... pero el sueño es ese gran desconocido, ese tremendo temido para el que pocos encuentran respuesta directa e infalible.

He leído mil historias sobre el sueño en los bebés, métodos que no comparto en absoluto (Estivill) y otros más ambiguos que merecen más mi atención pero que me parecen igual de insuficientes (Rosa Jové). ¿Por qué? Porque todos hablan de cómo dormir a UN BEBÉ. Creo que para las madres de múltiples es pan comido, pero, ¿y cuándo hay que dormir a DOS (o más) BEBÉS al tiempo? ¡Ajá! ¡He ahí la cuestión! Morfeo, gran cobarde donde los haya, huye despavorido como alma que lleva el diablo, que con él no va la cosa.
Imagen del blog www.mamarrie.com
Estamos bombardeados con consejos de todo tipo sobre cómo hacer para que los niños duerman, pero lo que hay que entender, primero de todo, es que cada niño es un mundo, evoluciona de manera diferente y tiene necesidades diferentes lo que, multiplicado por dos, configura el más complejo de los pasatiempos. Chip y Chop tienen ya 6 meses, momento en el que todos nos dicen que ya deberían dormir solos en su cuna y del tirón. Si no es así, es que estamos criando gremlins. Como defiende Rosa Jové en el libro Dormir sin lágrimas, en el que explica el desarrollo neurlógico del sueño desde un punto de vista científico y directo, la diferencia está en leer una frase como "a los 6 meses un bebé debería...", de "a los 6 meses un bebé es capaz de...", lo que no significa que tenga que hacerlo necesariamente.

Desde que nacieron los mellizos han dormido juntos en la misma cuna por cuestiones prácticas y de espacio, hasta que llegó el día en que Chop, la niña, empezó a dormir 7 horas seguidas y Chip, el niño, aún pedía teta, por lo que lo pasaba conmigo a la cama y santas pascuas. Todos dormíamos hasta la siguiente toma. Peeeeeero, Chop empezó a no querer dormirse y a convertir en imposible la hora del sueño. ¡Quería estar con su hermano! En la cuna ya no cabían, y separados no dormían... Pues colecho que te crió, sin pudor, con cariño, y hasta un punto divertido. La cosa medio ha funcionado, salvo porque los despertares que empiezan a tener ya no son necesariamente de hambre y se espabilan el uno al otro, así que el circo está garantizado. Aquí empiezan a alzarse voces en contra de nuestro método, porque no están en su cuarto y cada uno en su cuna, y que no duermen del tirón porque tienen hambre, que la teta no les sirve y blablabla. Ya, va a ser eso. De esto hablaré en breve, de mi opinión sobre la lactancia y de las opiniones de los demás, que dan para mucho.

Llevamos unos días poniéndolos a dormir las siestas en sus cunas, y medio aguantan. Peeeeeero, ¿cómo llegamos a eso? ¿Cómo conseguir que se duerman solos, sin llorar? ¡Y a la vez! En realidad,  ellos no tienen problema para dormirse: un poco de teta a duo y listo, fritos. El problema viene cuando hay que pasarlos a la cuna o moverlos semi dormidos, porque abren los ojos de par en par y ya no hay forma de dormirlos medio pronto. Puedo hacerlo de forma independiente en brazos y caen en una media hora como mucho pero, mientras, el otro llora desconsoladamente y consigue acabar muy excitado, crisparme los nervios y despertar al hermano que medio duerme, por lo que el proceso se alarga hasta el infinito.

Cuando los pongo en el carro tardo apenas 10 minutos en dormir a los dos, pero entiendo que ese no es el método que debemos seguir, sino aprender nosotros alguna técnica para enseñarles a dormir tranquilos en sus cunas. Debo añadir que, en general, estoy sola en el turno de baño y cena, así que debo desarrollar una paciencia infinitesimal.

Siguiendo varios consejos sobre cómo conseguir que un bebé duerma sin llorar, me gusta especialmente la explicación de Jesús Garrido, Mi Pediatra On line, que nos cuenta cómo ofrecer un ritual de sueño alternativo a los bebés para que no dependan de tus brazos, o de ti en general para dormirse, sino aportarles herramientas para su independencia a la hora de conciliar el sueño. Otro cantar es lo que tardarán en despertarse de nuevo.

En definitiva, comprendo que el sueño no depende tanto de factores externos, aunque influyen,  (rutinas, alimentación como ocas, temperatura, luz o textura de las sábanas), como del desarrollo neurológico propio de cada bebé, que madura a su ritmo. La clave es entender este punto (que no es nada fácil) y no desatender las necesidades emocionales de los bebés. Afectividad y disciplina no tienen por qué estar necesariamente en bandos opuestos, como creen muchos. Mientras tanto, que alguien me explique, por favor, cómo hacerme con algunas dosis extra de paciencia, porque ando en la reserva.